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lunes, 26 de julio de 2010

Mi homenaje a Santiago Apóstol

Según la leyenda, al elegir Jesús a sus doce apóstoles encargados de llevar sus ideas a otras tierras, Juan y Jacob el Mayor (para nosotros Santiago) estaban dentro de los elegidos. A Jacob le tocó predicar en tierras de España, y en las tierras del oeste y por aquél entonces del Fin del Mundo, tal y como lo plasma el obispo y teólogo en la España visigoda Isidoro de Sevilla. Según la leyenda, permaneció en estas tierras durante cinco o seis años, entre Finis Terrae, Padrón y Asturias. Al dar por concluida su misión regresó a Jerusalén donde fue detenido y acusado de difundir una herejía que atentaba contra las leyes de los rabinos judíos. Por esto fue decapitado y su cuerpo arrojado fuera de la ciudad. Sus discípulos lo recogieron y embalsamaron con el fin de enterrarlo en las tierras del Fin del Mundo como era su deseo.







Un largo tiempo de silencio, en que solo se hablaba del enterramiento del apóstol Santiago en tierras de Galicia en la tradición oral, y en algunos textos religiosos, fue roto gracias a un anacoreta llamado Paio. Cuentan que paseaba el anacoreta un día por una vieja vía romana en la que confluían en una encrucijada varios caminos, y en las proximidades de un castro abandonado percibió unas luces extrañas entre los matorrales. Al verlas y conociendo la historia de Santiago de Zebedeo se acercó y descubrió detrás de unos matorrales un cementerio abandonado y en él un edificio funerario. Sin vacilar y convencido de su hallazgo, el anacoreta se encaminó hasta la sede del obispado más cercano, en este caso Iria Flavia donde radicaba el obispo Teodomiro.






Tan convincente fue Paio y tan receptivo el obispo que ambos, junto al séquito del obispo, emprendieron la marchas hasta el lugar del descubrimiento, lo que conocemos como bosque de Libredón. Ya en el lugar se quedaron sorprendidos porque la rústica construcción que se apreciaba desde fuera era sorprendente y opulenta en su interior. Lo primero que encontraron fueron dos sepulcros y luego un altar que tenía debajo otro cuerpo que por su importante ubicación comprendieron que se trataba del cuerpo del apóstol Santiago. Los otros dos cuerpos se supone que eran los de sus discípulos que se ocuparon del traslado del cuerpo desde Jerusalén hasta Galicia.






El obispo de Iria Flavia consciente de la importancia del hallazgo tanto para Galicia como para el Principado de Asturias, y por qué no, para su propia diócesis difundió la noticia entre los cristianos, mayoría por aquel entonces. No tardó nada la noticia en llegar a oídos de Alfonso II, quien se personó en el lugar motivado hasta tal punto que dio todo su apoyo para la construcción de la primera capilla que serviría para acoger a los fieles que quisieran peregrinar hasta el sepulcro del Apóstol. De esta forma comenzó la tradición de visitar el sepulcro de Santiago de Compostela y Alfonso II se convirtió en el primero en peregrinar a la tumba de Santiago.

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